La feminista más contradictoria que existió
La historia de mi evolución en el feminismo hasta hoy.
Después de varios intentos de escribir en la plataforma sin éxito (spoiler - sí pude pero tuve que crear una nueva cuenta), vengo a mi aplicación de notas para hacer catarsis de escritura sobre los sentimientos que me evoca el 8 de marzo de este año.
Revisando los escritos en mi Substack, me di cuenta que hace más de un año que no me sentaba a escribir una publicación y me sorprendí mucho de lo rápido que pasó el tiempo y todas las cosas que ocurrieron en el transcurso de estos meses de pausa.
El día de hoy hice mi rutina normal, la nueva, no la de antes. Pero hubo un sentimiento que me abordó por ahí de las diez de la mañana. Entonces sentí todo eso que me ha inundado los pasados ochos de marzo.
A veces me siento como una veterana de este movimiento pues desde hace ya muchos años (fácilmente más de diez), me encuentro en este camino de de-construcción e introspección que me ha hecho observar las realidades tan dolorosas y liberadoras a la vez.
Fue gracias a este movimiento que conocí a las que fueron pilares en la creación de este espacio y que el día de hoy fue refrescante recordar esos inicios, de cuando el corazón me ardía de coraje, cuando todo el día me la pasaba pensando en todo lo que estaba mal y en lo mucho que me enrabiaba que nadie parecía darse cuenta.
Todos menos ellas, a las que me encontré en este camino: Ale, Esme, Andrea, Pao, Mariela, Marcela. Incluso a mis propias amigas, que no sabía que también compartían la misma herida de inconformidad conmigo. Supongo que nunca lo habíamos hablado, sólo nos lo callábamos.
Pero por ahí de marzo del 2020, comenzó a arder más la llama. Abrí este espacio que tenía tanto tiempo con ganas de crear. Devoré todos los libros de autoras que tuve a mi alcance; escuché todos los podcasts sobre feminismo, tres a cuatro capítulos al día; leí todos los artículos y entrevistas escritos por mujeres y tomé notas mentales; vi todos los documentales y películas y me enojé más; leí todos los posts, me inscribí a todos los cursos y talleres; escribí y escribí, leí y leí, escuché y escuché. Tuve todas las conversaciones incómodas; conmigo misma y con los demás. Una y otra vez.
Entré en una vorágine de consumir contenido sin fin. De pronto me volví una experta y me invitaron a dar pláticas y ponencias. Comencé a llegar a un camino que empezó a verse más como un laberinto. Había cosas que estaban bien de hacer como feminista y cosas que no. Dentro de esas cosas, un sinnúmero de voces reclamando ser escuchadas, teorías y lineamientos. Qué hacer y qué no hacer. Al final de cuentas, siempre terminaba equivocándome en algo y lo que había comenzado como un medio para encontrar liberación, se convirtió en otra manera de sobre exigirme una perfección inalcanzable.
Después de dos años, me fue imposible seguir el paso que yo misma me había impuesto. Estaba cansada, agotada y drenada; triste y desesperanzada. Quería acallar un poco todas esas voces que me enrabiaban, no por que quisiera ignorarlas pero por que me había dejado de escuchar a mí. Me enervaron las discrepancias entre feminismos y fue que hasta la fecha no puedo identificarme completamente con uno.
Fue en ese tiempo que me enamoré mucho de la persona más buena y noble que pude conocer y que me ayudó a sanarme en muchos sentidos. Después de un año nos comprometimos y nos casamos el pasado octubre.
Fue en ese tiempo del compromiso que hice todas las cosas patriarcales que pude haber hecho. Comenzaron las contradicciones por hacer todas las cosas opresivas contra las mujeres que el feminismo dice que ya no debemos permitir.
Y me sentí menos feminista.
Menos y menos.
Por enamorarme de un hombre bueno y sentir que había abandonado a mis amigas. Menos feminista.
Por querer usar mi vestido blanco. Menos feminista.
Por tener una pedida de mano, una despedida de soltera y una boda. Menos feminista
Todas esas cosas que como feminista no debía hacer por que se suponía que tenía que luchar hasta el final. Yo sola contra el mundo. Yo sola con mi feminismo y mis cuestionamientos. Ser la tía rica y cool que tiene el trabajo de ensueño y toma vino en su biblioteca gigante y es culta y lee mucho y escribe y tiene relaciones amorosas pero su vida no le pertenece a ningún hombre. Una vida donde el amor parece que no tiene cabida.
Entonces mi camino se estaba viendo tan diferente a cómo el feminismo me había enseñado que debía verse.
Para colmo, renuncié a mi trabajo para reubicarme en otro país por el trabajo de Andrés.
Y fui menos feminista.
Que me perdone el feminismo si creo irremediablemente en el amor y en la ternura. También en las amigas, aunque ya no las tengo tan cerca. Que me perdone si quiero un amor bonito con una persona y esa persona resulta ser un hombre. Que me perdone el feminismo si en este momento me toca cuidar un hogar, a mis mascotas y la persona que quiero y que también me cuida a mí.
A quien diga que me abandoné: no lo hice. (Tal vez esto también me lo digo a mí misma)
Nunca me he abandonado ni lo haré.
Ni tampoco a mis sueños.
En estos meses nos hemos dedicado a crear un hogar. Yo, especialmente. Homemaker, le dicen acá. Por que aunque quise aplicar a trabajos y trasladarme de la anterior empresa en la que trabajaba, su respuesta siempre fue no.
Me sentí menos feminista por anhelar el hogar que siempre había soñado, aunque eso implicara poner mi carrera temporalmente en pausa. Una carrera, que debo decir, llevaba ya un rato sin satisfacerme en lo personal pero en lo económico y donde tampoco los sueños se veían muy prometedores. Se convirtió en la seductora estabilidad de un trabajo que pagaba las cuentas pero que no financiaba mis sueños salvajes de escribir y leer.
Menos feminista por tener un compañero que me cuida, me respeta y me ama en todo momento. Por que elegí el amor, cuando se suponía que tenía que elegirme a mí y a mis amigas, aún y cuando ellas ya habían tomado también su camino.
Me enojé. Me enojé con el patriarcado que se perpetua hasta en el feminismo y tampoco nos deja ser. Me enojé y me contradije por enojarme por que pareciera que, sin importar que elija o qué decida, siempre estaré inconforme.
A veces me pregunto si todavía existe un espacio para mí en el feminismo después de haber hecho todas las cosas que se suponía que no debía hacer y “abandonar” mis sueños; esos que ya parecían muertos de todas formas.
Así llegué a la conclusión de que, aunque mis acciones ante el feminismo fueron reprobables, mis sueños están más vivos que nunca porque ahora tengo tiempo. Algo que también el patriarcado y el capitalismo me habían quitado al enredarme en un sistema de constante producción y carrereo donde no podía ni respirar.
Entonces llegué a mi contradicción más grande hasta hoy: que tuve que renunciar a la vida de independencia para poder estar con Andrés y eso me ha permitido volver a mis libros, a mis lecturas y a mi escritura que tanto abandoné después del 2022.
Quiero pensar que esto es sólo un capítulo de mi vida y que si le saco el provecho necesario a este tiempo, puedo llegar a nuevos puertos muy bonitos también. Sigo siendo independiente, por que mi esencia no cambió y sé muy bien lo que debo hacer y no hacer para no repetir los patrones de mis antepasadas.
En este lugar me encuentro. Navegando cómo se ve mi lugar en el feminismo en la actualidad. Estoy deconstruyendo mi idea de que dedicarse al hogar es un fracaso y un desperdicio de talento. Mi actual lucha es vocalizar que la labor de cuidados y las domésticas son igual de importantes que las que producen, idea contraria a la que nos han enseñado. Hoy no puedo ir a la marcha, aunque sí lo hubiera hecho de estar en Monterrey y deseo que si te encuentras en el mismo camino complejo de ser feminista, sepas que yo también estoy tanto o aún más perdida de como cuando comencé.
Si te gustaría seguir la conversación, mándame un mensajito y volvámonos más cercanas :-)
Te abrazo con cariño,
Majo