La historia contada en flores
Me puse a pensar en cómo se contaría la historia personal y concluí que cada quién decide cómo narrarse. En mi caso, mi historia podría narrarse a través de las flores.
Ay, amigas. Qué más quisiera yo que siempre estar en un momento óptimo para escribir. La verdad es que, en días como hoy, muy apenas puedo existir con todo y la bolita de emociones que soy. Quiero que sepan que estoy muy comprometida con este proyecto y es por eso que trato de hacer el espacio para simplemente presentarme ante la página en blanco. Me encantaría decir que tengo todos mis tiempos perfectamente organizados y todo en orden como para dejar esta newsletter programada el sábado por la noche, sin embargo la realidad es que este nuevo ritmo de vida y yo apenas nos vamos conociendo, como ustedes comprenderán.
A pesar de eso, estoy muy contenta de que haya nuevas personas uniéndose a esta comunidad de cartas que con tanto amor se ha nutrido. Muchas gracias por estar acá, espero le agarren tanto cariño a este lugarcito como muchas de nosotras.
He pensado mucho en cómo es que la historia colectiva se ha contado a través de esos grandes eventos: guerras, inventos, presidentes, obras de arte, conquistas, catástrofes ambientales. Sin embargo, esto parece ser solamente el marco de la historia individual. Me puse a pensar en cómo se contaría la historia personal y concluí que cada quién decide cómo narrarse. En mi caso, mi historia podría narrarse a través de las flores.
Entre tantas cosas, esta semana he hecho este ejercicio de memoria sobre cuáles son aquellas cosas que acompañan cada etapa de mi vida que la vuelven característica: el perfume que usé en ese entonces, el transporte que usaba, los amores que me acompañaron, la taza preferida, los lugares que solía frecuentar, las amistades que me rodeaban, el clima de esa estación, mi corte de pelo.
Esta noche quiero contarles un poco de esas flores de mi vida.
Geranios — Niñez
Algo que tienen que saber es que todos los caminos me llevan a hablar de mi abuela que siento que hasta ya parezco disco rallado (vintage much?) — Por que sí, también soy millennial y aún me tocó tener CDs y reproducirlos hasta que se rallaban —. Pero qué más da, es algo que hago meramente desde el amor y para honrar a una de las personas que más me ha marcado en la vida.
Qué loco, ¿no?, es que la etapa que más nos marca a lo largo de los años es una que dura tan poco. La infancia es muy curiosa en ese aspecto. Durante los primeros años experimentamos aquellas eventos que reviviremos una y otra vez en nuestra memoria hasta el último día de nuestras vidas. Personalmente, me remonto a los días en casa de mis abuelos y las plantas que mi Tita tenía en su casa.
Ahí había un poco de todo: suculentas, una planta de albahaca, corona de Cristo, unos helechos enormes, un maguey, cactus, lirios de dolores y varios geranios de diferentes colores. Hubo una temporada en que incluso creció un árbol de papayas. A todo esto hay que sumarle el caluroso clima de Monterrey que le agrega un grado de dificultad muy alto a quienes intentar tener plantas en tu casa. Mi abuela tenía maestría en eso.
Un día me di percaté que tenía toda la vida de conocerla y jamás le había preguntado cuáles eran sus flores favoritas. En uno de mis esfuerzos por conocer más el enigma que parecía ser su vida, le hice esta pregunta, a lo que ella respondió que sus geranios eran sus preferidos. Lo anoté en mi mente.
Una ocasión, en lo que no sabíamos serían sus últimos meses de vida, pasó un vendedor de plantas por en frente de su casa. Se nos ocurrió la idea de comprarle algunas plantitas para intentar animarla. Dijo que quería unos geranios y le compramos unas tres macetas. Como tantas abuelas, un día su corazón ya cansado empezó a darle más y más batalla hasta que tuvieron que llevarla al hospital No alcanzó a cuidar los recién adquiridos geranios mucho tiempo después debido a su hospitalización y eventual muerte.
Si cierro los ojos puedo visualizarme perfecto en aquel patio donde pasé tanto tiempo de mi vida. Tengo muy pocas fotos de ese lugar, pues para empezar, cuando más estuve ahí fue mucho antes de los teléfonos celulares. Sin embargo, vive en mi memoria sin pagar renta.
Rosas — Adolescencia
Ahora que soy adulta, he descubierto que la verdad no me gustan las rosas. Pero bueno, en la adolescencia es lo que hay, ¿no? (*Risas*).
Las rosas me recuerdan todos aquellos amores fallidos de esta etapa de mi vida, tal vez es por eso que les saco tanto la vuelta. — Pobres rosas, ellas qué culpa, ¿verdad? —. Pero sí tengo una razón para que no sean tanto de mi agrado y es que me parece que regalar rosas es como algo tan poco original, tan por encimita. Sepan que si algún día me ven regalando rosas es por que en realidad no conocía bien a esa persona y mi cerebro no dió para más.
El teenage dream por allá de los 2010s era que tu novio llegara a casa con un ramo de rosas rojas. Definitivamente en este tiempo me conocía poco y solo seguía la corriente. Aún no me había dado a la tarea de descubrir cuáles eran mis flores favoritas, o al menos en ese entonces no estaba tan claro. Como la enamorada de amor que soy, estuve en una que otra relación un poco por complacer ciertas expectativas.
Tal vez en otro momento quiera indagar más sobre estos amores, pero hoy todavía siento cierta incomodidad que me lo impide.
Girasoles — Adultez joven
Ah, esto sí me gusta.
Una de las etapas que recuerdo con más cariño fue cuando me independicé de casa de mis papás. Ansiaba con muchas ganas aquel momento en que pudiera tener un lugarcito que pudiera llamar mío. Mi habitación propia, diría Virginia. En 2020 todas las cosas se alinearon para poder encontrar este espacio.
En junio de ese año, empaqué algunas de mis cositas para mudarme a este nuevo departamento que compartí con mi mejor amigo como roomie. Mis papás me apoyaron un poco a las fuerzas en esta decisión, pero creo que no estaban muy de acuerdo. Con permiso o no, lo hice y en unos poquitos días ya estaba en un nuevo lugar que llamé hogar durante más de dos años.
Mi roomie y amigo pasaba casi todo el día en la oficina y solo llegaba a dormir, podría decirse que tenía el depa para mí sola durante la mayor parte del día. Siento que ese fue realmente el primer espacio donde aprendí a hacer hogar.
Me instalé con mis plantas, compré una base de cama y un colchón, sábanas, edredón, almohadas, toallas, cubiertos, platos, escritorio. Todo lo que una nunca sabe que se necesita hasta que vives fuera de tu primera casa. Hasta bote de basura, trapeador, escoba, todo hubo que comprar nuevo.
En este departamento me sentía con libertad de invitar a mis amigas a ver películas, quedarse a dormir y pasar los domingos juntas. En aquel entonces le huía un poco a la vida familiar, para ser sincera, pero fue cuando más hice familia elegida. Mi pandilla. Me encanta hacer de desayunar, entonces muchas veces las invitaba a pasar la mañana y yo cocinaba, les hacía café y platicábamos de todo y nada.
Aprendí a comprarme flores — como diría Miley — y fue que descubrí que las que más me llamaban eran los girasoles. Se me hacían originales, brillantes, coloridos, alegres. Compré muchas cosas de girasoles en ese tiempo, tal vez un poco influenciada por una moda colectiva.
Guardo los girasoles muy cerquita de mi corazón porque fueron las primeras flores que Andrés me regaló cuando empezamos a datear a distancia. Me mandó un arreglo súper bonito a mi departamento que fue toda un odisea entregar: quería sorprenderme pero los repartidores nunca pudieron alcanzarme en mis horarios, hasta que al tercer intento me dijo que estuviera en casa a tal hora y solo así pudieron entregármelos.
Tulipanes — Cambio de país
Me encantaría seguir el orden por edad, pero esta lista está un poco combinada. Continúo con los tulipanes, que son los que tengo más presentes desde que me mudé al norte de California. Es impresionante cómo el clima de aquí es tan noble con la naturaleza que la diversidad de flores es maravillosa. En Monterrey conseguir tulipanes era carísimo y aquí un ramo puede incluso costar menos de diez dólares.
Esta mudanza fue la prueba de fuego de la adultez: aprendí de la vida modo difícil pero también ha sido un viaje increíble hacer hogar con la persona que amo. Los tulipanes se han vuelto de mis flores consentidas para adornar nuestra casa y además una señal que marca el final del invierno para pasar a una de mis estaciones favoritas: la primavera.
Una anécdota divertida es que en San Francisco cada año hay un festival de inicio de primavera donde regalan bulbos de tulipanes. Puedes escoger creo que hasta cinco colores diferentes para llevarte a tu casa y plantarlos.
El año pasado fuimos muy emocionados al festival de primavera para sorprendernos con una fila interminable que había que hacer durante varias horas. Al final nos fuimos derrotados y un poco tristes, por que ni de chiste haríamos esa fila por cinco tulipanes — por muy gratis que fueran —. Al final terminamos yendo a desayunar para después comprar tulipanes en alguna tienda, cosa que al final nos dió mucha risa por que pudimos hacerlo a la vuelta de la casa.
Me ha encantado ver tulipanes por todas partes en todas sus formas y colores. Me cautivan mucho sus colores, la delicadeza de sus pétalos, lo elegantes que son, tan alegres y únicos.
Renáculos — Embarazo
El año pasado no alcanzamos a visitar algún campo en temporada de tulipanes, pero sí pudimos conocer una granja de ranáculos, flor que yo ni si quiera tenía en mi radar. Les digo que acá se abre el mundo de posibilidades florísticas — sí, acabo de inventar esta palabra —.
En mi primer semestre de embarazo, por allá de abril del 2024, hicimos el roadtrip de un día para conocer esta granja y cortar nuestro propio ramito de renáculos. Este día vive en mi mente constantemente. Fue un día bien bonito, incluso nos llevamos a Frida, aunque no pudimos bajarla del carro todo el tiempo por que no permitían entrada a perritos en el campo, pero sí visitó una parte de la granja. El día estaba soleado y puedo recordar las colinas llenas de florecitas silvestres amarillas. Cuando pasamos a la parte donde estaban los renáculos los vimos de todos colores: había morados, blancos, fiushas, rosas, rojos, amarillos, naranjas. Una fiesta de colores.
Aquellos meses estaba un poco fuera de mi cabeza debido a las inquietudes sobre el embarazo y los cambios que se avecinaban, pero ese día se sintió como sacado de un libro. Todavía me parece que en mi vida actual hay muchos días así, donde suceden cosas que jamás hubiera imaginado como visitar un campo de renáculos.
Claveles — Maternidad
En estos meses llenos de sube y bajas, una de mis constantes siguen siendo las flores. Todos los días me da un respiro de paz y un apapacho al corazón adornar nuestra casa con la flor de temporada. No vengo de una familia núcleo donde solieran haber flores, pues casi nunca pasábamos tiempo en mi casa. El amor por las flores más bien lo saqué de mi abuela, como les platicaba al principio de esta carta.
Les decía que cuando me independicé llenar la casa con flores se volvió un ritual de auto cuidado, pero sé también que implica un gastito que en algunas quincenas se vuelve difícil cubrir. Para mí, es casi casi una necesidad, pero sé que no es totalmente esencial. Los claveles han sido mis cómplices en este acto de llenarme de flores.
Nunca romantizaré la maternidad pero he aprendido a enflorecerla para verle el lado lindo y sobrellevarla con mayor facilidad. Estas flores se han convertido en mis incondicionales durante esta transición: han atestiguado los días bonitos tanto como los más difíciles; los bailes en la cocina con Emma en brazos, las una lloradita y a seguirle con Andrés, las siestas con todos hechos bolita en la cama, las travesuras de mis gatos y a Frida siguiéndome por toda la casa.
Según mi búsqueda rápida en Google, el clavel blanco es la representación de la pureza, la inocencia; el amor puro, sincero y honesto; el clavel rojo es sinónimo de amor, de aprecio, de orgullo y admiración; el clavel rosa es amor profundo, amor incondicional, como el vínculo de una madre con sus hijas. ¿Será? Por ahora sí le doy ese significado. Recordaré esta etapa con mi hija recién nacida, los claveles en la cocina de mi casa, mis ojeras y yo como nueva mamá siempre a medio dormir pero rodeada de mucho amorcito.
Que las flores nos acompañen siempre, siempre.
¿Tú cómo cuentas tu historia?
¿Qué flores te han acompañado?
Para Marcela, mi gran amiga, que lee religiosamente esta newsletter y que hoy tuvo un día especial en el que no pude acompañarla físicamente, pero sí mucho en el corazón.
Las flores como etapas de vida, qué hermoso Majo, me hiciste pensar muchísimo en mis abuelos y en lo mucho que ellos me enseñaron de plantas y flores. Me encanta pensar que cada etapa ha estado marcada por flores diferentes 💜 que nunca nos falte el florero lleno.
Qué bonita forma de relatar tus distintas etapas vividas, junto a las flores. Yo también tengo un vínculo fuerte con ellas. De hecho, alguna vez he fantaseado en dedicarme a ellas jeje
Sigamos poniendo flores en nuestros hogares 💕