La vida puede esperar

Desde que supe que estaba embarazada hubo una cosa que me costó asimilar: iba a tener que ir más despacio.

Conforme fueron pasando los meses, la vida se me fue haciendo un poquito más y más lenta. Tuve que aprender a hacer pausas, a buscar diferentes tiempos, a caminar más despacito. Eso también significó que aprendí a observar más a detalle, a poner más atención, a saber que las cosas, aunque sean lentas, llegan a su tiempo.

Desde que Emma estaba en mi panza, ya me estaba enseñando grandes lecciones de vida. Ahora que la tengo en brazos, estoy aprendiendo que, de los miles de lugares donde puedo estar quiero estar con ella: viendo sus deditos tomando mi mano, sus cachetitos, su pelo y la manera en cómo me ve a los ojos. Tengo presente que aún quiero descubrir nuevos lugares, tal vez incluso lo hagamos juntas, pero que hoy, absorber cada detalle de ella es lo que más quiero hacer.

En la era del multitasking, de la sobreinformación y el bombardeo de contenido, los respiros y pausas son cada vez más valiosos.

Mis libros, mi práctica de yoga, mis acuarelas, mis viajes, todo eso está ahí esperando por mí y susurrándome que me tome mi tiempo, que no hay prisa, que todo va a llegar pero que en este momento me dé permiso de disfrutar de mi bebecita recién nacida, sin pensar en cuándo volveré a lo demás.

Creo que esto puede aplicar para todo. Hay cosas que merecen un ratito más de toda nuestra atención: un cielo de color naranja y rosa, un café con alguien que amas, un abrazo que llevaba mucho tiempo guardado, leer un libro en quietud sin pensar en las tareas pendientes, el capullo de una flor a punto de brotar, el sabor de ese último trocito de pastel de chocolate. Hay cosas por las que todo en la vida puede esperar.

Un abrazo con amor,

Majo

Una fotito del primer día de Emma en esta vida.