Suéltame, Benito, me estás lastimando.
DTMF y por qué la canción de Bad Bunny me pega tanto.
A finales de febrero hice el que sería mi primer viaje a las playas del Caribe después de quién sabe cuánto. Fue para ir a la boda de una de mis grandes amigas y no quería dejar de pasar la ocasión de platicarles un poquito sobre aquellos días.
Tengo varios grupos de amistades y amigas esparcidas por todos lados, de hecho, alguna vez escribí sobre esto por acá. Todas nos conocimos por un grupo de la iglesia en nuestros últimos teens y sólo la vida sabe por qué juntó a personas que son tan diferentes para que fuéramos amigas.
Es chistoso por que ahora con algunas tenemos más tiempo de ser amigas a distancia que de amigas en Monterrey. Por cosas del destino, todas terminamos en lugares diferentes y dedicándonos a cosas súper diversas.
Mantenemos comunicación por nuestro grupo de WhatsApp y ocasionalmente por una que otra videollamada. Así nos la hemos pasado ya varios años y la mejor parte es cuando nos reencontramos para acompañar a alguna de nosotras en fechas especiales que recientemente se ha traducido en bodas.
Casi todas estuvieron en mi boda, que siempre que tenga la oportunidad diré que ha sido el día más increíble y divertido de mi vida. En esta ocasión, fue la boda de mi amiga Cynthia el motivo que nos reunió. Viajamos todas de diferentes puntos para encontrarnos en las playas color turquesa de la Riviera Maya.
Esa madrugada me despedí Emma, que se quedó en Monterrey un día con mi mamá y otro día con mi suegra. Tuve sentimientos encontrados al irme y dejarla encargada. Aunque sabría que iba a estar en perfectas manos, aún es tan chiquita y la mom-guilt nunca se va. Anyways — si no hubiera ido a la boda me hubiera sentido culpable de renunciar a algo que realmente quería hacer y si iba también iba a sentirme mal por dejarla e irme sin ella. Claro que todo esto solo estuvo en mi cabeza y ella ni se enteró.
Decidí que en esta ocasión iría yo sola a disfrutar al cien por ciento la boda de mi amiga y no intentar estar en varios lugares a la vez. Además, ella iba a tener la oportunidad de pasar tiempo con sus abuelitas y tener todo su apapacho para ella solita. Cuando regresara la iba a abrazar con todas mis fuerzas y darle miles de besitos, pero por ahora, me tocaba disfrutar y estar presente con mis amigas. Win-win.
Mi hermano me llevó al aeropuerto y me subí al avión de Monterrey a Cancún a las 7 de la mañana de ese mismo viernes en que era la boda. Solo tenía tres días y dos noches para estirar lo más que se pudiera. Fue mi primer vuelo sola después de varios meses y fue tan raro. Sentí como si hubiera olvidado algo, pero tal vez solo había olvidado cómo era estar sola.


El vuelo pasó sin muchas novedades y de pronto ya habíamos aterrizado en Quintana Roo. Me encanta este lugar, tengo bonitos recuerdos de mi infancia y adolescencia de vacaciones familiares. Cuando todavía éramos una familia y las cosas aún no se habían roto. Aunque esa es otra historia.
Pregunté en el grupo de WhatsApp con mis amigas cómo iban sus respectivos vuelos y, aunque un poco retrasados, estaban por llegar. Quedamos de vernos afuera del aeropuerto, en la parada de taxis. Primero llegaron Marcela y Gersi, seguidos de Kari y Sergio que estaban atorados en otra terminal y tuvieron que caminar para conseguir un taxi.
Recordé que fue hace casi un año la última vez que vi a Kari y ni si quiera me había percatado del paso del tiempo. Nos abrazamos apresuradamente. Con Kari, hubo un tiempo en el que nos veíamos casi a diario para desayunar, comer, cenar, salir a caminar, de fiesta o por u café. Es como mi hermana y la amo mucho, siempre me hace reír y con ella sé que puedo tener la máxima confianza de contarle hasta lo que más me avergüenza.
Nos subimos a la van y finalmente emprendimos el camino hacia el hotel. Yo me fui con Kari atrás y Marcela con Gersi y Sergio en los asientos de adelante. Kari y yo nos la pasamos todo el camino riéndonos de babosadas. Extrañaba mucho esto.
Cuando llegamos al hotel eran por ahí de las 2 y nuestras habitaciones iban a estar listas hasta las 3. Ni modo, a esperar. Comimos algo rápido en el restaurante y pa’ pronto ya era casi la hora. Me fui a mi cuarto a bañarme y alistarme para ir a la habitación de Cynthia.
Se sintió tan extraño — tan bien, pero tan extraño — entrar a una habitación completamente sola, enorme y en silencio. Dejé mi maleta y todas mis cosas en el recibidor y me metí a darme un baño caliente en la regadera. No había llevado plancha para el cabello ni nada por lo parecido entonces decidí llevar mi pelo rizado natural. Me le di unos toques y me maquillé de prisa.
Me fui casi corriendo al elevador y de pasada me encontré a Kari, que también ya estaba lista. Decidí quitarme los tacones y ponerme sandalias por que no iba a soportar caminar tanta distancia con ellos. Qué sorprendente es mi nula capacidad de caminar en tacones y lo cero acostumbrada que estoy a ellos. Para nada es queja, la verdad es que nunca les he agarrado muy bien el gusto así que, adiós tacones. Fue lindo mientras duró.
Llegamos a la entrada donde nos recogería oootra van para llevarnos al hotel de Cynthia y donde sería su arreglo. La verdad solo eran unos minutos de caminata pero éramos tres morras en tacones y vestido a las 4 de la tarde, no era negociable caminar bajo el sol de la Riviera.
Llegamos al hotel destino y ahora solo nos quedaba descubrir dónde chingados quedaba la habitación de Cynthia. Caminamos y caminamos, preguntamos “Oiga, ¿sabe dónde queda este edificio?”, y por fin dimos con el número. Cuando entramos, Cynthia ya estaba lista, la acompañaban su mamá, su papá y sus dos hermanas. En la habitación conjunta estaba su prometido con sus amigos, su mamá y su hermana.
No lloré, yo creo que por las prisas y por que todo pasó tan rápido. Pero ahí estábamos, al fin las seis reunidas después de quién sabe cuántos años. Nos habíamos visto a veces de a tres, de a dos, de a cuatro, pero no las seis juntas. Al menos no desde hace mucho. Fue como si el tiempo no hubiera pasado y nos hubiéramos visto el día anterior.
Bromeamos, nos abrazamos y chuleamos mucho a Cynthia en su vestido sencillo, muy francés y ligero. Se veía fresca, hermosa, feliz y perfecta. Me gusta todo de ella: su sonrisa, su cabello castaño claro, lo amable que es y también me duele verla y recordar lo mucho que me falta y que la extraño.
Nos tomamos algunas fotos, intenté grabar con mi celular pero también disfrutar al mismo tiempo. Hicimos las preguntas obligadas “¿cómo has estado?”, “¿qué dice todo por allá?”, y demás. A veces se tarda un poco en quitarse esa incomodidad de reencontrarte con alguien que hace mucho no ves, aunque se trate de tus mejores amigas.
De pronto ya era momento de irnos a la ceremonia. Caminamos hacia la orilla de la playa donde sería y nos esperaban unas sillas con arreglos azul turquesa. Nos acomodamos y en un ratito comenzó a tocar la música. Entró el novio con su mamá, las damas de honor y las dos hijas de mi otra amiga Cynthia fueron las niñas de las flores. Al final entró Cynthia, tomada del brazo de su papá y mamá y con una sonrisa que irradiaba la alegría de caminar para encontrarse con el amor de su vida.


Cuando conocí a Cynthia, hace más de diez años, tal vez unos doce, las dos vivíamos en Monterrey. Todo el grupo vivíamos ahí. Como mencioné antes, nos conocimos por un grupo llamado Conquista: organizábamos actividades y campamentos para niños y niñas de 6 a 12 años. Me cayó bien de inmediato. Es una de esas personas que te inspiran confianza y al segundo quieres volverte su amiga.
También estudiábamos en la misma universidad, la UDEM, así que nos veíamos entre semana también en nuestras clases libres. Yo estudiaba Mercadotecnia, ella Finanzas y las dos estábamos en la case de francés. Me tomó poco tiempo darme cuenta de que era una persona brillante: tenía beca de excelencia y un promedio de más de 95. Yo también tenía beca económica y pero mi promedio tenía que ser mínimo de 85.
Creo que sí se lo he dicho, tal vez no lo suficiente pero siempre la he admirado mucho por la dedicación y el amor que pone en todo. Además de que siempre lo hace con una sonrisa y una ligereza envidiable. Quisiera ir por la vida así de ligera, segura y alegre como ella.
Entre clase y clase, trayectos en el tráfico, nuestro grupo religioso y varios fines de semana de antro, nos hicimos grandes amigas. Lo que siempre recuerdo de ella es su risa y cómo podía encontrar lo positivo en todo. Además de que las dos somos súper ñoñas de Harry Potter y de la misma casa (Hufflepuff, por su puesto).
Me lo dijo un día, muy tranquila como siempre, que tenía planes de irse al extranjero, aún no sabía bien a qué ciudad y dependía de tener aún su beca, pero algún lugar en Europa. Me puse feliztriste. Feliz por que sabía que su talento estaba hecho para traspasar las fronteras de México. Triste por que ya no nos veríamos tanto como estábamos acostumbradas, aunque el plan original sería irse solo seis meses.
Ya cuando creces, te das cuenta que seis meses no es tanto (¿o sí?), pero en nuestra vida universitaria seis meses era toda una vida. Su regreso se sentiría eterno y ni si quiera se había ido aún.
Al final decidió por irse a una ciudad llamada Plymouth en Inglaterra.
El viejo continente. Wow.
Solo sabía de esas ciudades por fotos, las películas y mis clases de francés.
Como morrita de familia clasemedia trabajadora, nuestras vacaciones eran en las playas de México y las más lujosas en alguna ciudad de Estados Unidos. (No es queja, amé toda y cada una de mis vacaciones en familia). Europa era uno de esos destinos que se veían lejos, inalcanzables. Estaba en mi bucketlist hacer un eurotrip alguna vez (por eso es que no me callo la boca hablando de cuando Andrés y yo fuimos el año pasado). ¿Pero vivir allá seis meses? El sueño, verdaderamente.
Yo no pude irme de intercambio precisamente por darle prioridad al grupo religioso (MEH). Quise irme el último verano antes de graduarme pero mi hermano también entraría a la universidad y los gastos en mi casa no iban a poder solventar mi intercambio y su colegiatura.
Aún me pica esa herida.
En fin, volviendo a Cynthia. Estoy casi segura de que fuimos a dejarla al aeropuerto y ahí nos despedimos. “¡Nos vemos pronto!”, “Te vamos a extrañar”, “¡Diviértete mucho!”, “No nos olvides”.
La vimos cruzan las puertas con sus maletas y muchos sueños por cumplir.
“Aquí te estaremos esperando…” —, pensé. Teníamos a lo mucho veinte años y todo lo sentíamos al triple. Se me rompió el corazón saber que ya no solo nos pertenecía a nosotras, a nuestra pequeña ciudad y círculo de amigas. Ahora sería del mundo entero. Nosotras seríamos sus grandes espectadoras.
Pasaron uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis meses.
Sorpresivamente, el tiempo se fue rápido y para cuándo nos dimos cuenta ya nos dirigíamos al aeropuerto a recibirla de vuelta.
Le llevamos flores y de nuevo entró por las puertas por las que la vimos marchar, con su sonrisa de oreja a oreja y un brillo diferente en sus ojos. Moríamos por que nos contara todas sus aventuras: “¿Qué se come en Inglaterra?”, “¿Qué tan alto es el Big Ben?”, “¿Es verdad que manejan del otro lado de la calle?”, “¿Cuántos chicos besaste?”, “Cómo son las fiestas allá?”, “¿El Hyde Park es tan grande como las películas?”, “¡A ver, haz acento inglés!”.
Tantas y tantas preguntas pero la verdad a mí solo me importaba saber si había conocido a alguien especial, algún Hugh Grant que hubiera encontrado en una librería local mientras ella vestía un look sofisticado como Julia Roberts en Notting Hill.
Resultó que sí, se llamaba Clèment, era francés y tenían el mismo grupo de amigos. Se conocieron en un bar y después de eso se hicieron inseparables. Aunque los dos habían regresado a sus países, prometieron seguir en contacto.
La verdad yo no pensé que la larga distancia fuera a funcionar, no me lo tomé tan enserio. Pensé que iba a ser algo de un ratito y después seguiría cada quién su camino. Pero pasaron semanas y meses de llamadas, mensajitos y sonrisas que parecían guardar un secreto.
Nos lo dijo meses después de volver: se iría de nuevo pero esta vez indefinidamente. Había aplicado para una doble titulación en una universidad en Francia y la habían aceptado. Después de graduarse tendría la oportunidad de aplicar a algún trabajo y residir allá.
La cosa se veía sería ahora, iba para continuar sus estudios y aparte estar más cerca de Clèment. Me sentí feliztriste de nuevo, pero ahora con un poco de resentimiento: ¿Por qué quería dejarnos, a nosotras sus amigas?, ¿No se suponía que la distancia iba a ser para siempre sino seis meses? Tiempo después entendí que su corazón se había quedado allá, no sólo por Clèment pero porque ella estaba destinada a hacer cosas grandes, toda ella mostraba a gritos que pertenecía a otro lugar y ese lugar era Francia.
La vimos marchar, esta vez no sabíamos hasta cuándo. Cynthia fue la primera amiga que sentí que perdía y sin yo poder hacer nada más que verla desplegar sus alas. Nos fuimos del aeropuerto con una pieza menos del rompecabezas.
Como dicen, el tiempo todo lo cura. No puedo decir que la extrañara menos, pero una se acostumbra a las ausencias y es cierto que la vida sigue. Ya no tendría a mi amiga entre clases, en el tráfico y en las fiestas, pero había ganado una amiga en Francia y el sueño de que algún día podría ir a visitarla allá.
Definitivamente, Francia había ganado esta vez al tenerla. Esta historia ya la habíamos vivido en “La Guerra de los Pasteles”. No nos daríamos por vencidas.
Cynthia volvió a Monterrey un par de veces, al menos una vez al año y siempre quedábamos de vernos todas las que pudieran del grupo, aunque fuéramos solo ella y yo. Nos íbamos a cenar, a su casa o por un elote a la placita de San Jemo. Me encantaba platicar con ella, siento que a ella le debo parte de mi inquietud por descubrir el mundo.
Recuerdo una de esas veces que nos vimos en Monterrey. Ella llevaba una blusita de tela delgada, fresca pero elegante y romántica. Muy al estilo francés. Entendí que en sus años allá habían hecho su efecto, aunque ella siguiera prácticamente igual y su personalidad fuera la misma, ya llevaba algo de Francia en su esencia.
Su relación con Clèment siguió y él hasta visitó Monterrey. Yo no estuve en esa ocasión, no me acuerdo si había salido de vacaciones o por qué no pude verlo aquella vez pero sentía que ya lo conocía por fotos, las redes de Cynthia y lo que ella nos contaba de él.
Fue hasta el año pasado, cuando visitamos Europa y ellos nos recibieron en su departamento en París, que por fin lo conocimos en persona. Pasó por nosotros un miércoles o algo así a las 11 de la noche en el aeropuerto. Fue muy chistoso por que jamás nos habíamos visto y Cynthia había salido de viaje. Era muy alto, rubio y delgado con una voz muy grave. Nos caímos bien.
Solo estuvimos esa noche en París, por que volaríamos a Londres muy temprano en la mañana para empezar el viaje. No nos volvimos a ver hasta nuestra última semana, cuando nos vimos en Madrid para Eras Tour de Taylor Swift. Estuvo increíble y sorprendentemente aguanté todo concierto con mi panza de cinco meses de embarazo. Cantamos, lloramos, bailamos y nos abrazamos con las canciones de Taylor de fondo.
También nos enseñó un poco de Madrid, que ella ya conocía. Fuimos Andrés, ella y yo al Parque de El Retiro, caminamos por La Gran Vía y probamos los churros en Churrería El Moro que yo moría por conocer.



Nuestra última parada del viaje fue regresar a París por unos días. Fuimos un día a cenar por que yo quería probar el fondue, aunque después me di cuenta que en realidad lo que quería probar era el souflée. Ni modo, tocará volver a ir.
En esos días que pasamos en París en casa de Cynthia, conocí la vida que había construido allá y no sé por qué me sorprendí, si ya tenía casi diez años viviendo allá. Me causó mucha impresión y admiración al mismo tiempo verla moverse como pez en el agua, hablar en francés casi perfectamente y sin acento, conocer la panadería a la que va por las mañanas y su restaurante favorito.
Nos enseñó a movernos en metro y fue muy paciente conmigo por que yo además estaba súper embarazada en ese momento. Pidió unos días de vacaciones para mostrarnos todo su París. Nos llevó al Louvre a ver la Mona Lisa, al Musée d’Orsay para visitar la sala de Van Gogh y Monet, vimos el Arco del Triunfo, caminamos a un lado del Río Sena, los Campos Elíseos y por supuesto, nos llevó a un callejón bonito donde se ve la Torre Eiffel desde abajo.
Comimos crepas y tomamos mucho café mientras nos poníamos al corriente de nuestras vidas. Creo que nuestras yo’s de hace doce años estarían muy felices de ver que seguimos siendo amigas y además hicimos este viaje juntas.
El día de su boda me vinieron todos esos recuerdos a la mente. De cuando empezamos a ser amigas, nuestros años en Monterrey y ahora su vida en París. Me dió un poco de nostalgia esa vida que no conocí desde que se fue, que no pude ver en primera fila su relación con Clèment ni toda la aventura de mudarse a otro continente. Pero al mismo tiempo me alegró saber que está bien, que tiene gente que la quiere allá tanto como lo haríamos nosotras y que ahora empieza un nuevo capítulo en su historia de amor.






Ese viernes, a la orilla de la playa, lloré como no había llorado en otra boda antes. Posiblemente también por las hormonas de mi post-parto o no sé, pero lloré en absolutamente cada instante. En las palabras del juez que ofició la ceremonia, en el baile padre-hija, en el baile con su mamá, cuando la hermana de Clèment y la mejor amiga de Cynthia dijeron su speechs, cuando mostraron un video con fotos de ellos de bebés y a través de los años hasta llegar a hoy y claro — en el vals de los novios.
Pero el momento que más más me quebró (si me siguen por Instagram tal vez ya se lo imaginan) fue cuando, en medio de la fiesta y ya con algunos shots de vodka tamarindo encima, el DJ puso DeBÍ TiRAR MáS FOToS de Bad Bunny. Todo por la siguiente maldita parte:
Debí tirar más fotos de cuando te tuve
Debí darte más besos y abrazos las veces que pude
Ey, ojalá que los míos nunca se muden
Y si hoy me emborracho, pues que me ayuden
Estábamos todas abrazadas, brincando, dando vueltas mientras cantábamos, cuando de repente sentí que el corazón se me subió a la garganta y no pude contener las lágrimas. Eran lágrimas de felicidad y también de nostalgia de saber que aquellos años en Monterrey ya pasaron y no volverán más; que todas vivimos en ciudades diferentes y ya no podemos hablarnos para ver qué plan el viernes.
La abracé mucho mientras lloraba con todo el sentimiento. Seguro pensó que estaba muy borracha y, en parte sí, pero también estaba sintiendo mucho todo de ese momento.
También fui feliz de saberla feliz, de que hubiera encontrado a alguien que la amara igual o más que ella, con quien ha construido un hogar, que sea su compañero de viajes y lograra que sus amigos franceses cruzaran el Atlántico para celebrar su boda a la orilla del mar.
No sé si aquellas morritas de dieciocho se hubieran imaginado todo lo que les esperaba como amigas. Cuando escuché a su cuñada decir unas palabras me dieron ganas de decirle todas estas cosas, así que me acerqué a preguntarle quién iba a decir las palabras de su parte. Me respondió que otra de sus amigas y le dije que estaba bien, que luego le escribiría.
Pues aquí está, amiga, todo lo que te quería decir.
Te deseo toda la felicidad del mundo siempre.
Te quiero.
Aaaaaaayyyyyñ gehekrhkelwbvdjwjs ahhhhhh te amomuchoooo
Me explota mi coraaaa
Aunque un océano y muchas horas nos separen siempre estaremos una para la otra 💗no puedo esperar más a seguir creciendo juntas en las próximas etapas (next era?) 🫶🏻
Definitivamente no podemos volver a como era antes, pero no tengo dudas que los próximos 12 años serán épicos y llenos de aventuras juntas