Me desperté muy cansada hoy. Desperté por primera vez a las 7am para darle de comer a Emma y no pude levantarme, tuve que volver a dormir.
Me duele todo el cuerpo. Tengo la nariz tapada y en las noches se me dificulta respirar por mi alergia al pelo de mis gatos y al polvo.
Tengo mi sesión de escritura a las 10:30. Son las 10 y apenas me despierto. Me siento en la orilla de la cama, el cabello despeinado, un tremendo dolor en la espalda alta y los ojos hinchados. Mis 29 casi 30 empiezan a hacer su aparición casi como si no me diera cuenta.
Hago los cálculos de tiempo en mi cabeza: Ni de chiste alcanzo a llegar temprano. 10 minutos para bañarme, 10 minutos para cambiarme, 10 minutos de caminar hacia el carro, 15 minutos de manejo, 5 minutos de estacionamiento. Dan 50 minutos. Si empiezo exactamente a esta hora, llegaría a las 10:50. Me tardo 5 minutos en procesar si quiero ir y llegar tarde o no ir. ¿Tal vez puedo ir mañana? También hay sesión los domingos. Pero los domingos ya tengo programado ir a yoga en la mañana y no alcanzo a hacer las dos cosas. Decido ir a bañarme.
Siempre que tengo un compromiso a cierta hora pasa lo mismo: trato de prepararme con buen tiempo, sin embargo dejo pasar y pasar el rato y media hora antes de tener que irme, empiezo la ansiedad de no haber tomado más tiempo para alistarme. Ahora con Emma, el nivel de dificultad para llegar temprano se ha incrementado. Las levantadas en la mañana son más y más pesadas. Siento que tengo un cansancio acumulado de meses. Desvelos, ojeras, cuerpo adolorido. Pensé que después de 3 meses esto se haría más difícil pero no.
Meto la sillita de Emma al baño y la pongo adentro, así puedo verla desde la regadera. Después de verla sonreír, automáticamente me pongo de mejor humor. Mientras me baño, Andrés tiende la cama y lo oigo lavar algunos platos. No voy a lavarme el pelo para ahorrar tiempo. Rápidamente me enjabono y enjuago el cuerpo con agua muy caliente. Me lavo la cara y cierro la regadera. Abro la cortina y veo Emma muy seria, en cuanto me ve y la saludo, me da una sonrisa amplia y pone sus manitas en su boca como si estuviera apenada. Me muero de ternura.
Agarro mi toalla y me seco el cuerpo con rapidez. Lavo mis dientes y me pongo desodorante. Esta es la súper rutina de skincare que me alcanza el día de hoy. Mi bata de baño se está lavando entonces uso la toalla para cubrirme, cargo a Emma conmigo y caminamos hacia el cuarto para cambiarme. Son las 10:20.
Dejo a Emma en la cama y voy al clóset. Un nuevo obstáculo se vislumbra: no sé qué ponerme. Los pocos pantalones que tengo ya no me quedan tan bien después del embarazo y los que me quedan están en el cesto de ropa sucia. Recordatorio mental: meter la ropa a lavar cuando regrese. Tomo un suéter tejido color beige y una falda larga de satín negra. Me pongo unas botitas que me regalaron mis suegros hace días en la noche de navidad. Estoy contenta con mi outfit improvisado. 10:25.
Decido irme ya. Meto rápidamente todo lo que necesito a mi mochila: iPad con poca batería, celular, cargadores. Me despido de Emma y Andrés, que está haciendo videollamada con sus papás. Me apresuro y salgo del departamento.
Mientras camino por el pasillo me doy cuenta que no traje mis audífonos. Reviso mi mochila y efectivamente no están. Podría irme sin ellos pero cuando llego a la sesión de escritura, me desconcentra mucho el ruido encuentro el café donde nos reunimos. Comienzo a buscarlos sin éxito en los lugares donde suelo dejarlos: mi escritorio, la bolsa que usé el día anterior. Abro el cajón de mi buró y ¡Ah! Ahí están: un estuche de silicón rosa con brillos. Bien. Veo la hora en el microondas: son las 10:30. En mi mente cruza de nuevo el pensamiento de no ir. Odio llegar tarde y sin embargo siempre lo hago. Ya hice el esfuerzo de levantarme, bañarme y alistarme; no puedo desistir y quedarme en casa a auto compadecerme: decido seguir.
Recordatorio mental: “¡Despiértate más temprano a la próxima!”
“Pero estoy cansada”, me digo.
Sé que intentaré levantarme más temprano, pero fracasaré como tantas veces.
Prometí que tendría más disciplina para escribir y tengo que ser constante si quiero ver con más seriedad mi escritura. Emprendo de nuevo el viaje hacia la salida. El pasillo es enorme pero logro llegar al elevador. Un letrero se muestra ante mí: “ELEVATOR DOWN”. ¿Elevador abajo? Supongo que eso significa que el elevador no funciona y recuerdo que hace días se fue la luz, así que asumo que debió haberse descompuesto y no lo han arreglado. Tengo que tomar las escaleras. Me dirijo hacia la puerta de la salida de emergencia y bajo uno, dos, tres, cuatro pisos, tratando de no caerme. Recordé que no traje mi maquillaje, solo mi lipgloss. Ni modo, complaceré a todos con mi cara recién lavada, mis ojeras de meses y los poros abiertos de mi nariz. Reviso la pantalla de mi celular: 10:36.
Logro llegar a la entrada del edificio. Me recibe la brisa fría de diciembre y el cielo nublado. Tengo que caminar dos cuadras hacia el estacionamiento donde dejamos nuestro carro eléctrico cargando durante la noche. Pudimos haber ido por él más temprano pero el sueño pudo más.
“Sí, sí, ya sé. Levantarme más temprano. Ya lo sé.” digo a mi voz interna antes de que empiece con otro de sus recordatorios mentales.
Camino rápido, hasta donde me permiten mis nuevas botas con algo de plataforma. Trato de no mirar el celular para no agregar más ansiedad a mis pasos, pero inevitablemente lo reviso una vez más: 10:40 y aún me falta una cuadra. Me detengo para sentarme en una barda. Pienso una vez más que tal vez sea mejor no ir, llegaría casi media hora tarde y eso rebasa por mucho mis estándares de impuntualidad de máximo 15 minutos. Entonces recuerdo que me comprometí conmigo misma a presentarme al menos una vez a la semana a mi escritura y mandar una newsletter cada domingo. Retomo el paso.
En el camino veo arbustos de las flores y plantas conocidas, aunque no de todas sé sus nombres: unas lilas con el centro morado, lavanda y árboles con las ramas secas por el invierno. La calle está tapizada de hojas y flores muertas y me da gusto que nadie las haya tirado a la basura, si no que las dejen ahí para convertirse en polvo.
Por fin logro llegar a la última cuadra y doblo hacia la izquierda para entrar al estacionamiento donde está mi carro. En el transcurso, poso la mirada fugazmente ante un pequeño bulto frente a mis pies. No le tomo importancia, tengo mucha prisa, sigo con el paso pero la curiosidad me obliga a voltear de nuevo hacia atrás y descifrar qué era. Regreso unos pasos y me agacho hacia el piso: un pequeño bultito de unos diez centímetros; más o menos ovalado y con un pico. Es un colibrí ya muerto. Se distingue todavía en sus alas el color verde esmeralda, aunque el resto de su cuerpo se ve de un opaco color casi negro.
Todo se detiene.
¿Por qué mueren los colibríes?
Son las 10:45.
La vida obligándote a que te detengas.
Pd yo también siempre llego tarde y admiro tu compromiso con tu escritura