Fue un día lindo, de esos que vale la pena registrar.
¿Por qué tengo este constante sentimiento de prisa?
La mañana del sábado comenzó de buena manera: me levanté temprano, sin eventualidades. Me desperté al escuchar los balbuceos de Emma desde mi orilla de la cama, su cunita está de mi lado. Amaneció muy platicadora, no supe si me estaba queriendo hablar a mí, a su papá, o a las haditas que hay en su cabeza. Después del mucho esfuerzo que me costó poder abrir los ojos de manera definitiva, me acerqué a saludarla y me recibió con su sonrisa. Le di de comer y Andrés se despertó poquito después, entre nosotros estaba recostado nuestro gatito el Flaco. Nos dimos los buenos días con un beso.
Hasta hace poco más de un año, nuestra relación fue a distancia. Antes de alistarnos para irnos cada quién al trabajo en su respectiva ciudad, desearnos un bonito día era lo primero que hacíamos al despertar. Se me hace muy loco pensar en aquello, como si hubiera sucedido hace décadas. Hoy escribo esto desde mi ahora escritorio, que antes fue suyo, y nuestra hija duerme en la cama que compartimos; el conjunto su ropa mezclada con la mía está puesta en la lavadora y en la alacena hay un café que es nuestro favorito hasta ahora.
Mientras termino de darle biberón a Emma, él se prepara para ir al gimnasio. Hoy ella cumple cuatro meses y mi mamá me manda una nota de voz para felicitarla. La escucho y me conmuevo siempre de su capacidad para recordar las fechas importantes.
Me quedo un ratito con la bebé en el estira y afloja, hasta que por fin se duerme y yo puedo meterme a bañar. Reviso algunos de los mensajes en mi celular y scrolleo en Instagram para ponerme al corriente de lo que sucedió mientras dormía. Un poco de todo, la verdad.
Mi cabello y mi piel encuentran el agua caliente que tanto disfruto. El baño se ha vuelto un espacio de relajación inmensa. Solamente recuerdo disfrutar tanto de un buen baño cuando hubo sequía en Monterrey y tomar baños largos con agua caliente se volvió un privilegio del que no todos gozaban. Me doy estos minutitos solo para sentir el agua caliente y el vapor en la regadera.
Recorro la cortina de baño y tomo mi toalla para secarme. Hago mi rutina de cuidado de la piel con un poco de prisa y me lavo los dientes con mi cepillo de My Melody. A veces (muchas veces), me siento como una niña chiquita todavía y no entiendo cómo es que cuido de una hija: escribo con plumas de colores, uso calcamanías para decorar mis cosas, me gustan los llaveros llamativos, la ropa colorida y las pinzas para el cabello con figuras ingeniosas y arcoiris.
Cuando termino, camino hacia el cuarto para encontrar a Emma ya estirándose al despertar de su primera siesta matutina. La saludo con besitos y ella me da otra de sus sonrisas enormes. Nunca va dejar de conmoverme verla sonreír. Cambio su pañal sucio y le quito la ropita para darle su baño con agua caliente también. Ha crecido mucho y cada vez que la cargo la siento más grande: está creciendo frente a mis narices, casi imperceptible, pero si miro hacia atrás, el cambio en ella es más que evidente.
Termino de alistarla y Andrés entra de regreso al departamento. ¿En qué momento pasó más de una hora? Entre los dos nos preparamos para salir con todo lo necesario: pañalera, biberones, colchita, carriola. Vamos a aprovechar mi salida para que él vaya a pasear a Frida junto con Emma. Al dirigirnos al estacionamiento, platicamos y bromeamos un poquito de quién sabe qué cosas. Me gustan estos momentos, nosotros tres y nuestra tribu, haciendo cosas cotidianas.
Al llegar al carro me despido de ellos, cada quién con su respectivo beso y unos cariñitos para Frida. A veces me pregunto si está bien que haga esto, si de verdad lo necesito tanto. ¿Por qué no puedo simplemente conformarme con quedarme quieta tantito? ¿Es que siempre tengo que estar haciendo algo? ¿Por qué necesito espacio, distancia de mi familia? Me siento una persona rara, no sé si es normal una mamá que pone distancia con su propia bebé y su esposo.
Después de una serie de pensamientos intrusivos, recuerdo que escribo para aterrizarme, para conservar la esencia que me conforma. Me digo que está bien tener actividades yo sola. Escribir me recuerda quién soy y me brinda paz para procesar cosas que estoy viviendo que son difíciles de entender. Sé que si yo no veo por mí, me dejaré ir y después me encontraré estresada, abrumada y aún más cansada. Él y ella estarán bien sin mí un ratito.
Quedamos en que regresaría aproximadamente a la una de la tarde para encontrarnos e ir a una cafetería que tengo ganas de conocer.
La sesión de escritura no resultó está vez como yo lo planeado. Estuve dispersa y con poco enfoque. Aunque logré llegar temprano, siempre empieza tarde unos minutos tarde y como planeé ir a una clase de yoga después de la sesión, tuve un margen de tiempo muy estrecho entre una y otra, causando que no pudiera concentrarme bien en una idea. No pude desarrollar un buen texto y me sentí mal conmigo misma. De nuevo más pensamientos intrusivos: ¿Para esto querías salir de casa y dejar a Emma y Andrés solos? Ni si quiera pudiste aprovechar bien el esfuerzo de todos para que pudieras ir. No eres una mamá normal. Eres rara. Eres mala. Estás rota.
Sé que suena absurdo escribirlo (decirlo en voz alta), pero yo tampoco sé ni quién puso esos pensamientos ahí ni los comparto. Sin embargo, ahí están.
Me llevo este sentimiento a la clase de yoga, en la que tampoco me sentí al cien por ciento cómoda. Hay algunos temas en mi cuerpo post-parto que todavía no terminan de acomodarse y no pude dejar de pensar en ello. Al final de la clase, me quedo a saludar a la maestra de yoga, que se ha vuelto también mi amiga. Le gusta hornear y hace bagels para vender. Entre semana le pedí una orden de seis para probarlos. Nos dirigimos a la recepción y me los entrega.
Con mucha pena pero tengo que probar uno. Me muero de hambre por que solo desayuné una manzana, una barrita energética y tomé algo de agua. Es casi la una de la tarde. Le doy una mordida al primer bagel que saco de la bolsa de Trader Joes donde me los entregó. La parte de afuera tiene una consistencia algo dura y me cuesta arrancar un pedacito, pero cuando lo logro, descubro que sabe delicioso. Definitivamente me comeré el resto en el camino.
Me despedí de todas y regresar a mi carro para volver al departamento. De buenas son como cinco minutos de traslado, por que ya tengo mucha hambre, además de ganas de ver a Emma y Andrés. Ha pasado ya un buen rato desde que me fui y solo hemos intercambiado un par de mensajitos.
Ya en el asiento del piloto voy comiéndome el resto del bagel mordisqueado entre semáforo y semáforo. Tuve un fugaz recuerdo de cuando estaba en la universidad y hacía prácticas profesionales; a veces (curiosamente, justo como ahora) no me quedaba tiempo para comer entre clases y trabajo así que comía entre trayectos mientras manejaba. ¿Cómo lo hacía? No lo sé. Desde que lo recuerdo, mi vida siempre ha sido un constante apuro de tener que llegar a otro lado. De una mordida me termino el resto del bagel. Esto solo sirvió para abrirme el apetito, ahora el hambre es voraz de verdad.
Me encuentro con Emma y Andrés en el departamento, Emma acaba de despertar de su segunda siesta y él también había aprovechado para dormirse un ratito. Frida me recibe con su colita bailarina y Canelo, el único de los gatos que usualmente nos da la bienvenida, se me acerca para arrojarme algunos maulliditos.
Nos alistamos rápido de nuevo para salir mientras cedo a comerme otro bagel que ahora sí comparto con Andrés. La cafetería cierra a las tres y ya es casi la una y media. Espero que al menos podamos llegar a las dos y disfrutar una hora completa de estar en el lugar.
En el camino, voy en el asiento de atrás para ir pendiente de Emma. Andrés me pregunta cómo me fue en la sesión de escritura y en yoga. Le soy sincera y le cuento que no me sentí muy bien: que no logré escribir un buen texto ni si quiera elegir una idea concreta y que en yoga mi cuerpo anduvo raro. Tengo que ser honesta y también le cuento sobre la inquietud que me da tener actividades separadas de ellos dos ¿No se supone que debería estar satisfecha simplemente con compartir mi vida con ellos?
Afortunadamente estoy con una persona que me recuerda quién soy. Con argumentos concretos y un punto de vista tan cariñoso como objetivo, me reafirma que todo lo que hago por mí también lo hago por ellos dos. “Así te conocí y así te quiero” — me dice. “Tienes derecho de tener tus propias actividades, además nosotros queremos también esto para ti y lo respetamos”. Me da tranquilidad. Todo esto que me dice yo ya lo sé, tengo toda la teoría feminista. Pero una cosa es pensarlo y otra cosa muy diferente es llevarlo a cabo con tu ejemplo. Todavía tengo mucho que deconstruir.
El pueblito al que vamos se llama Livermore y los dos estamos de acuerdo que nos encantaría explorar mudarnos para allá este año: nuestro departamento es de un cuarto y en unos meses Emma, y también nosotros, va a requerir su propio espacio. Livermore es la combinación perfecta entre spots y lugares lindos para pasear pero también es seguro y tranquilo. El centro, odowntown que le llaman, es muy bello tanto de día como de noche. Hemos venido a pasear por aquí últimamente y lo disfrutamos bastante.
Estacionamos el carro cruzando la calle de la cafetería. Se llama Wingen Bakery y la recordé anoche que fui a cenar con una amiga a un restaurante que queda justo en frente. Es incluso más bonita que como la vi anoche. Son aproximadamente las dos de la tarde y una luz dorada entra de frente a través de las ventanas inundando todo el lugar de un color amarillo cálido.
Dentro de la cafetería todo se siente acogedor, espacioso y fresco. Hay mucho movimiento de personas, varias conversaciones entre personas extrañas pero se percibe un ambiente bastante relajado y chill. Hay una playlist de música bastante cool que escuchamos mientras nos asomamos en la vitrina para escoger un pan. Indecisos entre un muffin de canela y (sí, otro) bagel, terminamos por decidirnos por el bagel y un latte para cada quién.
La chica de la caja registradora nos toma la orden muy amablemente mientras yo me distraigo con el arreglo de flores que adorna la barra: hay diferentes flores y ramas en tonos amarillos y me detengo a observar detenidamente unas de ellas. Estoy tratando de observar más detenidamente las cosas, no solo tomarle fotos por que se ven bonitas.
De hecho, he estado cuestionándome bastante mi uso de celular: quiero dejar de usar tantas pantallas si cuando Emma sea un poquito más grande quiero darle un acceso bastante limitado. También he estado pensando que debo escribir al respecto pero aún me falta desarrollar la idea.
Andrés escoge la mesa mientras yo me quedo tomando más fotos, entonces elige una rectangular que está al fondo. Pienso que tal vez es mucha mesa para nosotros pero no hay tanta gente y se acerca la hora del cierre, entonces está bien si nos sentamos. Emma está tranquilita en su carriola y jugamos un poquito con ella en lo que nos traen las bebidas.
El bagel está lo que le sigue de salado y tiene un sazonador de ajo que nos seca la boca después de varias mordidas. No ha sido nuestra mejor elección, hay que admitir, pero el queso crema sí es bastante bueno y le mejora mucho el sabor fuerte a ajo y sal. El café está fuerte, así que decidimos endulzarlo para quitarle acidez. Mientras estamos ahí platicamos sobre los lugares a los que nos gustaría mudarnos, las casas que hemos visto, lo mucho que ha crecido la bebé y Andrés aprovecha para reafirmarme lo que me decía hace rato sobre tomarme espacios para mí sola.
Esta tarde ha convertido oficialmente a Wingen Bakery en mi lugar favorito en la zona. Con este descubrimiento, siento que he encontrado la pieza que le faltaba al rompecabezas. Hemos visitado muchos lugares, cafeterías y todo tipo de spots pero no había sentido ese “algo” que me hiciera querer apropiarme de un lugar y llamarlo mi favorito.
Pienso que una no se siente completamente adaptada al nuevo hogar hasta que encuentra su spot: una cafetería, librería, restaurante, museo, tienda. Puede ser lo que sea, pero algo que grite tu nombre y tu esencia. Vibré junto con Wingen. Desde hace meses quería venir y se lo había compartido a una amiga-vecina pero nunca logramos concretar el plan. Creo que así como se dió el día de hoy fue perfecto: fui con quienes tenía que ir y cuando tenía que ir. Tenía que ser este día para que yo pudiera descubrirlo y reclamarlo como mío.
Pasaron los minutos y el sol iba avanzando más y más por nuestra mesa, hasta cubrir por completo el lugar. Todo fue hermoso: nosotros dos, la carita redonda de Emma, las sonrisas, el sol, el café, el bagel, mis libros, unas cuántas flores, buena música. Si me preguntas cuál mi tarde ideal, te diría que esta es.
Mientras estábamos ahí, observé algunas de las personas que entraban y salían: dos hombres mayores platicando de quién sabe qué; una pareja con un bebé de unos dos años y una bebecita tal vez un poco más grande que Emma; dos amigas que pidieron un matcha latte cada una y al parecer venían de comprar algunas cosas; una chica que llegó en bicicleta; un chico que llevaba su laptop para lo que parecía que era trabajar.
Después de un rato café empezó a vaciarse poco a poco y nos quedamos solos. Hubo que aceptar que nos tendríamos que ir pronto también. Me caigo mal a veces por estar tan obsesionada por documentar cada minuto en vez de ocuparme de estar presente y disfrutar todo. Nota mental: tengo que vivir más, no quiero formar mis recuerdos a través de la pantalla de mi celular.
Empezamos a recoger nuestras cosas para irnos y aquí, en esta luz de las tres de la tarde me digo que de todos los lugares donde podría estar, por primera vez quiero estar donde estoy.





Lo abrazo a él y pienso en que la gente ahora nos empieza a llamar familia por que ya somos tres. Él ya era mi familia desde aquellos mensajes de buenos días, desde los interminables viajes en avión cada tres meses para pasar juntos una semana. Nos elegimos como familia desde antes de tener una hija, ahora también junto con ella.
Me siento en calma y mi corazón está contento.
Descubro que quiero más de esto, siempre.
Que bonito día el de ayer! Me alegra haber encontrado uno de tus lugares. No puedo esperar a volver!
Amooo, me identifiqué con la parte de los pensamientos intrusivos que aunque la razón *sabe* que no son ciertos el alma sigue cuestionando. Creo que su función es justo esa, ayudarnos a reflexionar y comprobar una y todas las veces necesarias que lo estamos haciendo lo mejor que podemos y que nuestras decisiones, aunque sean diferentes, son válidas y funcionan en nuestro estilo de vida.
Te admiro mucho, Majo. Que tengas más días bellos, bagels y lugares donde te sientas tú misma 🫶🏽✨